Voces al amanecer y otros relatos by Clara Pastor

Voces al amanecer y otros relatos by Clara Pastor

autor:Clara Pastor [CLARA PASTOR]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788419036612
editor: Acantilado
publicado: 2023-03-22T00:00:00+00:00


La llamada de Concetta el domingo por la mañana lo encontró algo decaído. Tal vez por el dolor acumulado durante toda la semana, o quizá por la victoria que sentía como pírrica sobre la climatología. El día amaneció soleado y tras una semana de encierro la perspectiva de salir y desentumecer la pierna dolorida eclipsó la visión de un almuerzo soporífero, de las interminables amonestaciones de su hermana a Antonella, su trato displicente a la criada y la mansedumbre obtusa de su cuñado.

Eligió el bastón, no sin antes dar unas palmaditas a la empuñadura del paraguas.

—Hoy te quedas en casa—dijo en voz alta—. Saldrás a pasear otro día, dentro de muchos, espero. —Y, seleccionando el sombrero de más abrigo, el de fieltro verde oscuro con una discreta pluma gris que evocaba cacerías alpinas a las que nunca había asistido, salió al descansillo silbando una vieja canción tirolesa. «A saber por qué», pensó contagiado por la ligereza de una libertad reconquistada.

Al cruzar el portal que separaba el patio de la calle se detuvo unos instantes, inhalando una bocanada de aire frío que le pinchaba las fosas nasales como cientos de diminutos alfileres. Por encima del muro ciego al otro lado de la calle asomaban las copas de los árboles aún desnudos pero que, al aguzar la vista, revelaban los puños diminutos de los brotes que anunciaban la llegada de la primavera. Las colinas pardas que se alzaban más allá se le antojaron un horizonte hermoso y prometedor que, junto con la incipiente presencia vegetal, conformaban un paisaje envidiable.

Qué injusto el calificativo de «provinciana» atribuido a esta ciudad. No importaba que el muro de enfrente fuera ciego y que la posibilidad de encontrarse con caras conocidas bajo los arcos que empezaban dos calles más allá y protegían a los viandantes de la lluvia hasta el centro de la ciudad fuera mayor que en las capitales. Si alguien se hubiera sonreído por su orgullo repentino de pertenencia, lo habría despachado con un barrido de su bastón, señalando el cielo sin nubes. «Sí, sí, estimado colega, pero aquí tenemos la universidad más antigua de Italia. Y el frío que pasábamos en las casas, pocos pueden alardear de ambas cosas», pensó riendo entre dientes dirigiéndose a su interlocutor imaginario.

—¡Profesor Brilli!

Anna se acercaba por la calzada montada en la bicicleta, agitando una de las manos en el aire. Llegaba acalorada, a pesar del frío que el sol tibio apenas atenuaba, y su saludo exultante hacía imposible simular que no la había visto, recular hacia el patio o echar a andar en dirección opuesta a la de su llegada inminente.

—Señorita Longhi—dijo para ganar tiempo y recobrarse de la imagen eufórica que traicionaba esa otra que había fraguado en las horas de vigilia frente a sus ventanas—. Me alegra ver que está usted bien—añadió omitiendo la pregunta.

—Estoy muy bien, gracias, profesor. ¿No estará saliendo a por café?—aventuró, y a Brilli le irritó la familiaridad del guiño, la torpeza de rasgar el velo de su ausencia como si fueran viejos amigos que no precisan dar explicaciones por una conversación interrumpida.



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